I
Cuando de madrugada llamaron insistentemente a su puerta, aún no comprendía por qué tenía las manos ensangrentadas y una horrible herida coagulada que parecía dividir su rostro en dos mitades asimétricas. Se lavó desesperadamente, e intentó luego encontrar en sus pupilas una fugaz señal que lo hiciera sentir seguro. Pero sólo halló en ellas un viejo cuervo blanco graznándole a una paloma torda.
II
Y entraron a la fuerza, para eso son la policía de lo correcto. Y lo apalearon como a un pelele en plena Revolución Francesa. Y cuando pensaba que se lo llevarían los fríos dedos de la muerte, lo esposaron para mandarlo, en una carta sin remite ni acuse de recibo, de vuelta a ese lugar de cuyo nombre nadie quería hablar.
III
Quiso pelear contra gigantes, lidiar contra las afrentas que lo seguían, olvidar los consejos y diagnósticos de los incrédulos. Quiso rezar a la Justicia, que es buena cobradora de monedas de oro, pero sólo le devolvió un saco de palos. Y así, manteado hasta el alma, emprendió viaje de vuelta consciente de que como los huesos también se rompen los sueños, que el tuétano es la única medalla para los héroes de nuestra cruda realidad.
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