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miércoles, 28 de octubre de 2020

El triciclo

    Es tan fresca y vibrante la sensación del rocío cubriendo mi manillar. Los pájaros y periquitos del parque no paran de cantar. Curiosa batalla; no llevará a ningún sitio, pero aún así es la rutina de cada amanecer. Espero que pronto brille fuerte el sol y seque el sillín, nunca se sabe cuando volverá el pequeño Tim.

    Ya pasó la mañana y sólo gente paseando, alguna anciana alimentando a las dichosas palomas. Esos pequeños monstruos  voladores que día sí, día también acaban posándose sobre mí para dejar sus excrementos como esos falsos grafiteros que sólo dibujan un mal garabato o algo obsceno y ofensivo en cualquier lugar.

    Otra tarde más se acaba y no hay rastro de Tim. Tocará pasar otra noche a la intemperie, a la merced de cualquier vándalo que se lleve una pieza más para malvender, como mis añorados pedales con reflectante. Empieza a hacer frío y los árboles pierden sus hojas; creo que debemos estar en otoño. El parque se ha vaciado tan pronto...

    Por fin despunta el sol, las sombras juegan al escondite con los árboles y bancos. Lástima que mi sillín no pueda verlo, le hacía mucha gracia este momento del día. Le deseo lo mejor en su nueva vida. Aquí cada vez quedamos menos piezas y ¡el maldito Tim sin aparecer!

martes, 27 de octubre de 2020

La dama blanca



    La encontré sentada en el borde del muelle. Vestía de blanco con un paraguas a juego, sostenido con delicada firmeza, interpuesto entre su mirada y ese artificial alumbrado del fanal. Entonces pensé que estaba nadando en su alma, entre sus noches oscuras y sus tardes de tormenta; que buscaba en el horizonte un punto que conectara todo: el ayer, el hoy, el mañana. Pero sólo había niebla, una espesa capa que se desdibujaba entre el celeste que el lago robó de sus lágrimas y el añil que la nieve bebía de la luna. Cuando al fin pude alcanzarla, se desvaneció entre mis manos, sin que pudiera siquiera consolarla con un abrazo, sin que las palabras que salieron de sus labios tuvieran más forma ni sentido que el tímido susurro del viento.

    Cada noche vuelvo al mismo punto y hora en que la encontré, con la esperanza de que se repitan todas las pinceladas una vez más, una única vez más, más que suficiente para asir su alma y llevarla conmigo. ¡Qué buena pareja haríamos reinando en los infiernos!