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miércoles, 27 de septiembre de 2017

Balada del tronco y de la roca

Era noche cerrada. Caminaba desorientado, agitado, desvalido; andaba sin rumbo, sin cabeza. Respiraba con dificultad, pues no estaba acostumbrado a esos esfuerzos, y en mitad del bosque se pagan caras tales osadías. Tocaba cada árbol que cruzaba, como si fueran tótem que le habían de otorgar las fuerzas que le faltaban a sus piernas, y cada roca que aparecía en su senda le semejaba una suerte de oráculo con media esperanza en las respuestas sobre su futuro.
De fondo resonó un disparó que acalló los murmullos y gemidos del bosque. No había refugio, ni pulmones para imprimir un ritmo más alto. Vio un viejo tronco, con una hendidura lo bastante profunda para ocultar algo, y entendió que era el sitio más seguro para guardar sus pertenencias. Y así, depositó dentro cuanto le quedaba: un anillo, una cinta y una carta escrita con el alma, que tal vez nadie leerá jamás. La historia es caprichosa, tiene mala memoria y gusta demasiado de los juegos de azar.
Pronto se vio rodeado por una jauría de soldados hambrientos y con sed de sangre. Le pidieron que se arrodillase, pero no aceptó: su último aliento lo iba a gastar de pie.
Y así murió, como todos los héroes, con dignidad, pero en silencio... 

Ruido

<<Qué ruido hace un hombre que se quiebra en soledad, qué cobijo encontrará en la sombra de un mal pensamiento>> E. Bunbury

Aún se pregunta cómo ha llegado hasta aquí: ha gritado, ha golpeado, ha maldecido y ha sufrido un ataque de ansiedad después de perder las uñas y casi las yemas de los dedos, intentando arañar una pared infinitamente más fuerte que su voluntad.
A medida que le va faltando el oxígeno, entiende que no hay espacio para sus preguntas; para ninguna clase de pregunta. Ya sólo puede hacer trampas al solitario. Esa será su última maldad: ahora que ha vendido sus peones a la desesperada; ahora que ha tumbado, desnudo y humillado, a la figura del rey; ahora que ha perdido la partida de ajedrez.
En efecto, no tiene ningún sentido averiguar si era ella. No, no lo era. Pero, ¿y si lo fuera? ¿Tendría entonces sentido estar aquí? ¡No!¡No caben las preguntas! Ya no. Quizás nunca cupieron. 
Y así, cierra los ojos y cede a la falta de oxígeno en paz. No hay respuestas, sólo una lágrima impasible y una sonrisa ahogada. Ese es el ruido de la soledad.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Otra historia

Esta historia que os voy a contar es muy sencilla: amanece, como cada día, pero él no abre los ojos.

Castillos en el aire

A pesar de la astucia de la que siempre hizo gala, esta vez todo había terminado. El castillo que tan cuidadosamente había construido en el aire, durante tanto tiempo, acababa de desplomarse y ninguna de sus excusas ni sus promesas sirvieron de parapeto. Las buenas intenciones no pudieron salvar un solo ladrillo. Ya era tarde: por sus pies subían nerviosos los parásitos de la soledad. Ella se fue; él no pudo moverse. Ella siguió con su vida; él no murió.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Caminante

Camina, cobijado por el manto de una noche cerrada, dejando tras sus pasos callejones, recodos y vericuetos, sin prisa, sin tiempo. Cruza las líneas remotas de épocas de cambios, de años de sosiego; atraviesa días ineludibles y momentos que se fugaron sin pistas ni huellas, como el viento. Pasea quién sabe cuándo; al cabo, siempre hubo hay habrá una senda y un transeúnte. Todo lo demás es Historia.