La entrada no tenía nada especial, era una de tantas grutas que pueden encontrarse en cualquier lugar. La cruzaron decididos, cogidos de la mano. Pero a mitad de camino el agua, que empezó llegándoles a los tobillos, ya les superaba el cuello. Y olvidaron el origen y el destino, olvidaron hasta sus nombres. Y se separaron, cada cual con su culpa. Así fue de ellos hasta el fin de los tiempos, hasta que fue de nuevo principio y todo castigo dejó de tener sentido. Y se hizo la luz.
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