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miércoles, 25 de diciembre de 2019

Nazca

   Caminaba el hombre, ensimismado, con la mente en otro tiempo, en otro lugar. Sus pasos eran cortos, pesados, como raíces de guarango, sumergidas en un lodo espeso; su mirada un viento ártico, que desde la corriente de Humboldt, soplaba hasta el horizonte andino. Mientras la niña, de apenas 4 estaciones de lluvia a sus espaldas, apretaba su mano fuertemente, como queriendo despertarlo de su estado casi letárgico. 

   Paseaban por los lindes de las escasas tierras de cultivo, que cada año menguaban, cuando la pequeña decidió soltarse, estirar los brazos e imitar a los pájaros que lejos en los cielos los vigilaban. Y entre cabriola y cabriola, reía y llamaba a los compañeros de juegos: unos imaginarios animales, que la acompañaban corriendo y nadando y saltando, pero ninguno volando; porque los aires, como los sueños, son propiedad de los dioses.

   Y así despertó de su ensimismamiento el hombre, con las carcajadas de la niña, que resonaron en su juicio embebido, como los cantos de un colibrí en los bosques selváticos. Sintió entonces en sus pies los latidos de la tierra de sus antepasados: resonaban cansados, intercalados, arrítmicos, como el eco de un anciano que reniega de su muerte. Y entre la vida y la muerte nació su idea.

   A la mañana siguiente, cuando apenas bostezaban los primeros rayos del sol, se levantó de su cama con el cuidado de un puma, para no despertar a su esposa ni a su pequeña. Desayunó como si no fuera volver en varios días, y cuando cargó sus herramientas de campo, se dispuso a salir por la puerta de su casa de adobe, acariciando el umbral terroso.

- ¿Amor, a dónde vas tan temprano? - dijo la mujer.
- A sembrar - dijo él.
- La tierra está yerma, querido. Esta sequía no tiene piedad.
- La semilla que voy a sembrar, arraiga en el páramo más inhóspito.
- ¿Y qué semilla es esa?- no recibió más respuesta que un beso en la frente, y una brisa cálida en los ojos.

   Era una mañana cualquiera, de esas que pasan en blanco en los anales y calendarios. Dejaba atrás su casa nacida de la tierra y a la niña durmiente que murmuraba cantos de sirena. Paso a paso llegó a la explanada, donde descargó su fardo con la paciencia de un artesano. Sacó de su bolsillo un dibujo trazado con una piedra de carbón sobre un trozo de piel seca. Y con su chaquitaclla, clavada en la tierra empezó a trazar las líneas de su destino.

   Avanzaba despacio en su propósito, pues a cada recodo de trazado debía subir una pequeña colina cercana para asegurar el buen trazado de su labor. Pasaban las horas, se dispersaban las nubes, subía y bajaba el sol, las estrellas vestían la noche con su manto de fiesta pagana. Y bajo el mismo le venció el cansancio de la horas de arduo trabajo, a la vista de los dioses, que soplaron un sueño en su ingenio, con la sutil levedad de un misterio innombrable.

   Despertó con los bostezos de los primeros rayos, y con la misma paciencia de la primera vez, recogió una por una todas sus herramientas, sacudió sus ropas perfumadas de arena blanca, y reemprendió el viaje de regreso al hogar, hasta los ojos risueños de la niña y su amada esposa.  

   Al llegar no lo recibió ninguna ofrenda, ninguna celebración, ni una tímida pregunta, sólo un plato caliente y un abrazo infantil pero cargado de energía, que le susurraba un "te quiero, no te vayas más". 

   A la mañana siguiente la familia había recogido sus pocas pertenencias y emprendieron su viaje hacia el horizonte, un periplo del que ya nunca más volvieron a su pueblo natal, ni siquiera para peregrinar a Cahuachi. 

   Nunca nadie los volvió a ver, ni los ágiles pumas, ni las aves vigilantes. Y un día que nadie se acordó de marcar en el calendario un ciego empezó a cantar canciones de un hombre que habló en el desierto a los dioses y de una niña que se atrevió a soñar con un mundo más allá de los lindes de su protección.

   Otros muchos pobladores salieron a trazar dibujos y líneas que pintaron en el desierto una oración repetida, rogando lluvias y riquezas. Pero sus palabras no se las llevó el viento y murieron con ellos en las tierras que los vio nacer.



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