Hablan de poetas anónimos,
entre copas,
en viejas barra de bar.
Suena a bohemia desventura,
a nostalgia para versar...
suena a Manhattan,
a París,
suena a música jazz.
Pero
sólo hay rostros en desgracia,
grietas profundas en el alma,
muecas desencajadas que ocultan
la porquería que están a punto de vomitar.
Y lo harán encima del jersey rosa aterciopelado
de la chica rubia que, enamorada,
coquetea con el cabello entre sus dedos;
lo harán sobre su cándida sonrisa.
No.
No es lugar para bohemios,
sino para muertos en vida.
Es pila bautismal para ahogar las penas,
y pedestal para sacrificar las viejas glorias,
es un abrevadero donde devorar la inocencia,
una letrina donde vomitar,
putrefacta,
la soledad.
martes, 22 de mayo de 2018
lunes, 21 de mayo de 2018
La ley del Talión
Antes de cerrar la puerta le sobrevino la imagen de su pequeña riendo desatada ante una de sus picardías de niña feliz. Ir, dejarse ir; caer, saltar al vacío. Y emprendió su periplo, aciago y lento, cruzando calles, como quien pasa con nostalgia las amarillentas páginas de un viejo álbum de fotos. Y llegó a su destino, una destartalada plaza en un suburbio al otro lado de la ciudad. Allí jugaban un padre y su hijo, con un balón de reglamento, a ser amos del balompié. Entonces sacó de su bolsillo un revolver, también de reglamento, y disparó sin pestañear en la cabeza del niño. No podía sentirse en paz, no se sentía liberado ni aún consumando su venganza. Antes de volarse la tapa de los sesos, pensó que al menos ahora su contrición será compartida. A falta de justicia, ese era su único consuelo.
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