Está en su
burbuja, con los auriculares a todo volumen, garabateando en un cuaderno sobre
sus rodillas palabras desconectadas: <<noche, trago, entraña, ciego, abismo>>.
Y de repente, un estallido en su conciencia. Es el indicativo de una nueva
parada en el metro, pero al bajar los ojos de la línea de recorrido, la
descubre a Ella. Está retocándose su larga melena trigueña, mientras se hace
unas fotos, como diferentes emoticonos. Él no puede apartar la mirada, y se le
escapa una leve sonrisa cómplice con la escena. Fue entonces cuando Ella volvió
sus ojos miel hacia Él y se rio como una niña traviesa a la que han sorprendido
en una de sus andanzas.
Y otra vez el estallido:
esta vez sí es su parada. Recoge corriendo su cuaderno, el bolígrafo de los
garabatos y sale del vagón sin quitarle los ojos; Ella corresponde gritando:
<<¡Bonita sonrisa!>>. El
metro sigue su camino y se lleva la música, pues en sus oídos sólo hay
silencio. Y aunque el día era largo, ya no hubo nada más que contar.
A la mañana
siguiente volvió a la misma hora. Se sentó en el mismo vagón. No llevaba
auriculares, ni cuaderno, aunque si un bolígrafo en su bolsillo y una pequeña
libreta. Pero hoy no hubo música, sólo el dichoso estallido de cada parada
hasta llegar a su destino. Y apuntó tres palabras <<Si te vas>>. Tampoco
hubo nada más que anotar.
Y pasaron los
días, las semanas, los meses. Y subir al metro era como cruzar la Laguna
Estigia cada día, dejándose en ella cada vez un poco más de vida. Hasta que una
mañana cualquiera trajo consigo su cuaderno, abierto justo en el lugar donde
garabateó palabras desconectadas: << noche, trago, entraña, ciego, abismo
>>. Pasó página y empezó a escribir:
Para qué dejar de bucear en este trago
si en mis noches hace tiempo
que no hay mar
y camino ciego, como pez abisal.
Para qué inventar nuevos mundos
si al final siempre me pierdo
en el mismo bulevar
y camino ciego, como pez abisal.
Para qué pedir a un mapa
que me guíe por los infiernos
si no hay fronteras entre el bien y el
mal
y camino ciego, como pez abisal.
Para qué buscar brasas
entre las cenizas ásperas
si no hay fuego que vaya a crepitar
y camino ciego, como pez abisal.
Para qué ponerte nombre
si con rostros distintos
dejas mis entrañas
y mis manos
vacías
de
ti.
Salió del
vagón y al alejarse vio sentada a Ella recostada en otro joven, hablando
mientras cada cual miraba su móvil. Él
se colocó entonces los auriculares, caminó hacia la salida y vivió su día. Esta
vez sí ocurrió algo que cantar, pero esa es ya otra historia.